He nacido sin tierra, sin cielo, sin estrellas.
Por encima vacío y,
aparte de un vientre acariciado,
posiblemente otras cien veces antes del luto,
no hay nada.
Oh, la dicha,
¿A dónde va corrida a palos como un perro ciego?
Haz el favor de quedarte,
que no habrá huesos que roer,
ni venas que chupar,
ni carnes que morder allí donde te vayas.
!Pero que sorda eres, oh dicha!
He nacido sin aliento, sin nubes, sin azul
como un clavo metido en la sombra,
como un bostezo que se ha quedado huérfano.
Por encima, el vacío me pastorea
y abajo,
un vientre —acariciado, sí—
posiblemente otras cien veces antes de mi cadáver.
Nada.
Ni un guiño de polvo.
Ni un reloj enfermo.
Ni una lágrima con domicilio.
¡Oh, la dicha!
¿A dónde vas tan golpeada,
tan llevada a palos como un asno de nadie?
Haz el favor de quedarte.
Aquí no hay huesos que roer,
ni venas que merezcan sorberse,
ni carnes para el idioma canino de los dientes.
Pero qué ciega y sorda eres,
oh dicha,
con tu oído lleno de domingos muertos
y tu espalda de pan que ya no sabe.