Fragua de la noche urbana,
un suspiro de neón se quiebra,
y la sombra, enmascarada en lujo,
desliza su espectro envarado,
por salones de espejos circenses.
Sombras juguetonas, azules
cuerpos de humo, bocanadas
danzan en la penumbra
de un escenario sin aire.
El eco de risas sintéticas
roza las paredes huecas
y un corazón de papel
late de monotonía ceniza.
Días de orín y sangre, agónicos,
gotean por las grietas del tiempo,
y la máscara de cera cruje, estalla,
el vacío se oculta tras un brillo dorado.
Caverna de los silencios nocturnos,
un murmullo, un trazo en la oscuridad.
Plumas invisibles dibujan signos,
constelaciones de un anhelo en fuga.
Refugio de la soledad adusta,
cada sombra es un verso muerto,
el espectro se contempla, hombre
despojado de sus máscaras.
Susurro pobre del viento, sin pan,
memorias de un deseo inefable,
y entre las ruinas de amores efímeros,
florecen pensamientos de barro y luz.
Días de orín y sangre trémulos,
manchas que el tiempo no borra,
la soledad, fiel compañera, como perra,
teje hilos dorados en la noche desierta.
Un laberinto de espejos rotos,
cada reflejo es un recuerdo triste,
y en el centro, un ser sin nombre,
esculpiendo sus ritos en el éter fatuo.