Oh primavera del beodo,
que seguirás erguida
mientras huelo
las engañosas centellas de las aguas
que armé de perfección, basta.
Nadie con eróticos devaneos de multitud
arrancará
mi cabellera
para esa araña
que desea las violetas
que me reavivan;
ni romperé los sauces
de los que escapamos,
por ello, de las puertas del desierto
y sus pesares.