La página blanca, un abismo en órbita,
y el escritor, astronauta sin traje,
salta entre galaxias de papel.
Un asterisco:
explosión muda de estrellas,
implosión de universos que no fueron.

Lanza sus signos al caos,
mapas fragmentados que ningún ojo descifra.
Los asteriscos,
destellos de un lenguaje alienígena,
brillan fugaces, erráticos,
como luciérnagas atrapadas en el hueco de un reloj roto.

¿Escribir o ser escrito?
La pregunta se desvanece en el vacío.
El lunático observa su constelación;
puntos y vacíos,
sílabas en fuga,
fragmentos de un big bang personal.

Y en el margen,
donde la nada se encuentra consigo misma,
los asteriscos palpitan.
No son estrellas,
ni palabras,
ni respuestas.

Son grietas en el tejido de lo posible
que apuntan a todas direcciones.

En el pergamino nocturno,
donde la luna es tinta plateada,
un escritor traza su locura
con asteriscos que titilan en la nada.

Cada punto, un suspiro del cosmos,
un destello arrancado al olvido;
huellas de estrellas que, temblorosas,
en su mente hallaron cobijo.

Escribe líneas que no terminan,
que se pierden en constelaciones,
y entre párrafos de sueños rotos
bailan sus lunáticas creaciones.

"¿Qué es un asterisco?", se pregunta,
"¿Una estrella que no alcanzó el firmamento?"
Pero al posarse en su hoja vacía,
se vuelve un verso del universo en fragmentos.

El papel se convierte en un cielo
y la pluma, en su telescopio;
cada trazo, una órbita incierta
en el caos sereno de su propio tropo.

Oh, escritor lunático, hijo de la noche,
tus asteriscos titilan sin fin,
cartografiando en su danza inquieta
el delirio infinito que habita en ti.

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