Roto el día,
se desangra en su engranaje
de minutos ciegos.
El pan no alcanza su forma,
se queda en migaja, en latido
masticado por la sombra.

Madre, el tiempo ha caído de bruces,
se ha roto la frente contra el aire.
Los trenes no llegan a sus estaciones,
se quedan en el hueso de la espera.

La risa, ese animal sin casa,
se perdió en la geometría del hambre.
Aquí todo es un verbo cojo,
una luna que no cabe en su noche,
un niño que llora en números primos.

Y aún así,
la lluvia insiste en escribirnos,
pero el papel se niega
a ser página escrita.

La suma no cuadra, oh cálculo errante,
las cifras se escapan
por los agujeros del día.
Uno más uno,
y el pan sigue huérfano en la mesa,
y el reloj sigue sangrando
sus minutos torcidos.

Ayer tuve un nombre,
pero el viento lo restó del aire.
Hoy soy apenas un residuo,
un decimal errante
en la división absurda de los días.

¿Y si el mundo es solo una resta infinita,
una ecuación con hambre en el pecho?
Madre, se han quebrado los números,
y yo sigo contando, entre sueños,
las sombras que me faltan.

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