Dolor de hombre, muerte en tiempo,
bajo la sombra de madre,
la infancia grita su canto amargo
en la vida que se desgarra.
Dios observa, sangre y luz,
tristeza negra, rota soledad,
extraña y profunda,
trémula y pobre,
en el infinito eco del ser.
Triste es el día, negro su lamento,
la soledad rompe el aire,
la amargura nos acaricia, fiel,
y la vida se vuelve canto roto.
Oh, madre,
en tus brazos de sombra,
el tiempo se quiebra en luz, intuye,
la infancia se esconde en tus labios,
mientras la sangre dibuja su trazo.
Profunda es la herida, extraño su pulso,
el dolor es un eco trémulo, oscuro,
la muerte un suspiro en la noche,
y la vida, un poema circunciso.
En el dolor de ser hombre,
en la muerte que acecha el tiempo,
la tristeza es negra y sola, esquiva,
la luz, un destello roto.
Oh, madre,
en tu abrazo se disuelve el miedo,
la infancia se torna eco, ya triste,
la sangre canta su memoria,
y el hombre, en su pobreza,
es un poema pueril.
Amargura de lo vivido, memoria
en la soledad profunda del ser,
oh Isis, oh madre, oh madres,
la tristeza negra se convierte en luz,
y la vida, en su dolor, es insondable.