Mientras crecen enfurecidos los fusiles,
bien disfrazados de sonoros sauces,
resurgen, cantando himnos patrióticos,
esos mártires y poderosos pelotones
que aman la beatitud del condenado
y encantan a las ortigas del pillaje
sobre el incienso impuro y sacro
que reavivan caritativos cerdos
-como alimañas aldeanas y crueles-
y marchan tras violentas quimeras,
desembarcando en tierra de embriaguez,
en la herrumbre que dejan los gusanos
al escapar de sus entrañas bochornosas,
en las decapitadas cabezas del caballo.

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