Aquí,
donde muere la memoria,
donde se disuelve el tacto,
como sal en la noche marina,
quiero estarme.

Donde no ardan ya las cartas,
ni los ojos tengan
el peso cruel del "fuiste".

Un lugar sin pronombres,
sin relojes que digan
cuánto dolió tu nombre.

Donde la memoria se descalce,
y camine sin rostro por la niebla,
como un dios hastiado de sí mismo.

Ahí,
donde el silencio no pregunta,
donde el deseo duerme sin forma,
me habitaré sin nombre.

Y si alguna vez vuelves,
como vuelven los insectos a la luz
que los mata,
no llames.

Mi sombra no estará para abrirte.

Lejos,
donde el eco no vuelve,
ni el nombre,
ni el perfume roto en la almohada.

Allí quiero disolverme,
en ese rincón sin pasado,
donde el deseo no muerde,
donde los ojos no ven,
ni recuerdan.

Quiero la paz
de lo que no ha sido,
no es, no será,
la caricia de un aire sin historia,
la huida sin forma,
el país sin pronombres.

No me des más memoria,
ni tu voz de sal que aún sangra.

Déjame caer,
como una hoja sin árbol,
como un dios sin creyentes,
en la tersura intacta
de lo jamás amado.

Porque sólo allí,
donde el olvido es raíz enésima
y ni sombra vacía,
mi aliento dejará de doler.

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